DE 0 A 18 MESES

El bebé regula su funcionamiento orgánico

Aproximadamente hasta los tres meses, lo único que se manifiesta es el cuerpo del bebé. Es con su cuerpo como da los buenos días al mundo. Se alimenta de las caricias que recibe y se abre rítmicamente a todos los estímulos que le llegan con suficiente intensidad. Sin tales estímulos y caricias, su cerebro y su médula espinal pierden su capacidad para funcionar normalmente.

El bebé aprende a reaccionar de manera fuerte (hipertónico) o de manera débil (hipotónico).

Durante todo este período experimenta su entorno de un modo reflejo y global, antes de decidir de alguna manera si va o no a seguir viviendo y, en caso de que su decisión sea positiva, en qué condiciones orgánicas va a hacerlo: con buena salud o con una salud delicada.

El bebé trata de satisfacer sus deseos

A partir de los tres meses, el bebé hace uso de sus emociones como si fueran un burdo instrumento de comunicación. Mediante la sonrisa y el llanto hace lo que quiere con las personas mayores. Se inventa astucias que mueven a tratar de satisfacer sus necesidades. De este modo aprende a pedir ayuda a las personas sin las que no podría sobrevivir, las cuales le cuidan y piensan por él.

El bebé se encariña con su madre

Hacia los seis meses, el bebé se vincula incon-dlcionalmente a alguien, y ese alguien suele ser su madre. Ella es su yo exterior, sin el que se considera a sí mismo inviable. Ella le protege del mundo, que él percibe como hostil y generador de angustia. Se encuentra a gusto en su presencia y se siente perdido cuando ella no está o cuando prevé que va a suplirla alguien que no le resulta familiar.

El bebé regula sus «intercambios»

Hacia los 12 meses, el bebé "afina" sus relaciones con los demás y con los objetos. Matiza la expresión de sus sentimientos, modulando su intensidad, Lo? disimula o.los expresa sin sentirlos profundamente, para hacerse comprender mejor. Sus intercambios ya no son exclusivamente unilaterales, sino que ahora da y recibe, pide y rechaza. Y todo ello sin palabras. Sus "sesiones de orinal" son especialmente importantes. Su deposición es el regalo que da o que retiene, es un placer erótico que comparte o no. Es el prototipo y son las primeras modalidades del amor, con todas sus idas y venidas, con el gozo y la provocación.

Lo que está en juego en la primera infancia

A la necesidad de caricias se añaden las de moverse y ser estimulado. Si dichas necesidades son satisfechas, el bebé considerará que son adecuadas y que no resulta peligroso hacer las cosas. De lo contrario, comprenderá que no debe comenzar a explorar, que no debe ser intuitivo y curioso, que no debe ser "pelmazo". En el primer caso, hace su entrada en la vida con una gran confianza. En el segundo, desconfía. Y es cierto que el mundo encierra verdaderos peligros si el bebé no se ve apoyado para hacerle frente. Además, teme no complacer a su madre. Y es esta una experiencia inevitable y bastante difícil de digerir.

DE LOS 18 MESES A LOS 3 AÑOS

El pensamiento duplica la acción

En torno a los 18 meses se produce en el espíritu del bebé una auténtica revolución: entra en el mundo de los símbolos. Es decir, el bebé es capaz de representar la realidad por medio de un "sustituto" que la actualiza de nuevo. Concretamente, por medio de palabras que representan cosas y de enunciados que representan situaciones. En adelante podrá comportarse a base de un desdoblamiento entre el hacer y el decir, que son cosas a un mismo tiempo parecidas y diferentes y que pueden expresarse de las dos maneras.

La individuación

El desdoblamiento y la diferenciación se refieren también a las personas. Ahora, el bebé distingue entre él mismo y los demás; cada uno es un individuo en toda la extensión de la palabra. Su mamá ya no forma parte de él. Todas las personas son semejantes y, sin embargo, únicas. Para confirmar e integrar este descubrimiento, el bebé afirmará su propia individualidad por medio de la oposición. No se imagina ser él mismo si actúa como los demás o como se le exige. Además, se rebela y se encoleriza, porque desea actuar y decidir sin ser teledirigido. Dice "no" y se singulariza rechazando los apoyos exteriores. Es importante saber tolerar esta contestación, pues el impedirla es tanto como prohibirle ser él mismo, como obligarle a permanecer en simbiosis y a preocuparse prioritariamente de las necesidades y los deseos de otros.

La imitación

Pero el bebé no siempre sabe lo que tiene que hacer para ser un individuo. A escondidas, y sin confesárselo a sí mismo, observa e Imita a los demás. Actuar como las personas significa ser una persona.

Pero no sólo siente curiosidad por lo que hacen los demás, sino también por la totalidad del mundo que le rodea. Su deseo de saber es insaciable, y por ello explora y se mueve sin cesar, inmoderadamente, hacia todo cuanto le atrae: los platos del aparador, las figuras de porcelana... y multitud de cosas por las que sus padres se preocupan. Por eso la nefasta prohibición de explorar es tan frecuente, tan paralizante y tan intensamente inhibidora de la tendencia natural de los niños pequeños a incorporarse conocimientos universales.

Reprimir las necesidades

Cuando la vida no es de color de rosa, cuando el bebé está emocionado, triste, irritado, acobardado, o bien alegre o excitado, y no puede expresarlo —ya sea porque sus padres no lo toleran, ya sea porque no tienen ganas de escucharle—, manifestará simbólicamente, de un modo sustitutivo, lo que no ha podido manifestar directamente. Jugando a decirlo, por ejemplo, o diciéndoselo a su niñera, o a su muñeca, o al gato. O incluso dándose a sí mismo explicaciones para justificar el rechazo de sus sentimientos por parte de sus padres: "soy malo al enfadarme", "mamá se pone triste cuando lloro, y éso no la gusta", etc. Explicar las cosas de este modo le permite descargar las tensiones que el sentimiento no expresado llegaría a acumular. Es el preludio de la inteieotualización que algunas personas utilizan como modo de defenderse de su afectividad.

Esta etapa de la vida, en suma, es de capital importancia- De su norma! desarrollo depende que no se vea sofocada la vida intelectual y cultural o que, por el contrario, lo invada todo de tal manera que quede esclerotizada la vida emocional.

De tres a cuatro años

EL MUNDO INTELECTUAL DEL NIÑO DE 3 AÑOS

El niño de dos años, todavía un bebé caprichoso y voluble, deja paso a un niño atractivo, directo, ávido de cultura, que va a comenzar a incorporar el ritual social. Padres e hijos se fascinan mutuamente. Comienza un período que, por lo general, resulta fácil para todo el mundo. Estos cambios hemos de atribuirlos al desarrollo en el niño de unas nuevas aptitudes.

Espectador de sf mismo

Hacia los tres años, el niño adquiere conciencia de sí mismo. Se ve a sí mismo actuar, péhsar y sentir. Comienza a hablar de sí en primera persona. Se reconoce a sí mismo como el origen de su "discurso".

Expresa su pensamiento Su nueva aptitud intelectual se refiere también a los objetos. Es capaz de describir lo que tiene lugar ante él del mismo modo que un locutor deportivo comenta en la radio un partido de fútbol. Si es bilingüe, puede ya comenzar a traducir. También puede describir lo que ha acontecido con anterioridad: hace relatos del pasado. E igualmente puede imaginar el futuro (ficción) o inventar otro presente menos frustrante.

Percepción y razonamiento

Comprender el mundo es para el niño una necesidad vital para saber lo que los demás desean que comprenda.

• Percepción deformadora

Pero el niño deforma lo real, porque su percepción es "sincrética", es decir, establece entre las cosas unas relaciones distintas de las que establece el adulto. El niño no relaciona los detalles con el todo. Los procesos de funcionamiento de las cosas se le escapan. Por ejemplo: tendrá la idea de que él timbre es funcionalmente más importante que el piñón para que ande una bicicleta. Las propiedades de las cosas están, para él, en función de criterios subjetivos. Una cosa actúa sobre otra porque está cerca de ella, porque tiene el mismo color, etc.

• Explicaciones mágicas

El niño no puede imaginar que haya en el mundo otras reglas y otras explicaciones que no sean las suyas. Se denomina egocentrismo este modo de pensar, que no considera los puntos de vista de los demás.

El niño comprende el mundo como si respondiera a la imagen que él tiene del mismo. Todo objeto, al igual que una persona, actúa, piensa y siente como padre o como hijo. Las nubes, por ejemplo, deciden que llueva; la mesa a la que él golpea siente dolor... Todo lo que es perceptible, es real. Los sueños son verdaderos, el pensamiento posee una sustancia... El niño no consigue establecer perfectamente la diferencia entre el exterior y su interior mental. Todas las cosas percibidas están destinadas a los humanos. Las cosas son lo que son porque han sido hechas para lo que han sido hechas: la noche para dormir, los padres para ocuparse de los hijos... Si los aviones vuelan es porque deben transportarnos, etc. Es la intención lo que explica la existencia. Las cosas, incluso las naturales, han sido construidas por los hombres, todo es artificial: los lagos han sido excavados por el hombre, los árboles han sido fabricados como los muebles, etc. También los bebés son fabricados. El saber dónde, cuándo y cómo constituye una de las principales preocupaciones del niño. Y a veces se inventa teorías sumamente sorprendentes.

LOS MENSAJES PROCEDENTES DEL MUNDO

El mundo de los objetos y de lias personas le "habla" al niño. Los objetos le enseñan a comportarse. El niño extrae conclusiones de sus experiencias cotidianas.

Toda clase de consejos

El niño aprende al contacto con los objetos, pero también porque las personas mayores reaccionan ante todo lo que hace: "¡Cuidado, vas a caerte!", le dicen, por ejemplo, si se acerca a un balcón. "¡Naturalmente que puedes hacerlo!", le dicen cuando intenta atarse los cordones de los zapatos, etc.

Así pues, las personas mayores emiten mensajes específicamente propios de los padres que constituyen otros tantos consejos, los cuales varían según su grado de libertad: Desde la prescripción absoluta ("Tienes que ser cariñoso con tu hermani-ta"), pasando por la incitación ("Te conviene dejar en paz a ese perro, pues podría morderte"), hasta la permisión más real ("Eres capaz de ello, puedes hacerlo").

Las personas mayores también emiten juicios de valor: "Eso está muy bien..., ¡buen chico!", o "estás muy irritable esta tarde...; debes de estar cansado...". Esta clase de mensajes hace saber ál hiñó quién es y cómo debe sentir. Es una "atribución".

Las prohibiciones. "No hagas esto, no digas lo otro, no sientas lo de más allá...", son también mensajes procedentes de las personas mayores que refrenan la acción, el pensamiento y los sentimientos espontáneos del niño. En todos los casos se deben a que las personas mayores no se sienten a gusto y desean que cese la situación. Las personas mayores prohiben porque tienen miedo o porque están enfadadas. Se encuentran irritadas y, encima, viene el niño a plantear problemas... Prohibir, por consiguiente, significa decir: "No hagas eso, porque me molesta"; lo cual no equivale a decir: "Mira lo que tienes que hacer...". Estas prohibiciones revelan las debilidades de los padres y cómo éstos atribuyen al hijo un "poder maléfico", í Debilidad de los padres que indica al niño dónde puede golpear para hacer daño y le incita a hacerlo.

Poder maléfico que les hace decir al hijo: "Protégeme, ten en cuenta mis sentimientos... Siéntete culpable de no ocuparte de mis necesidades". Lo cual es un auténtico chantaje, porque es tanto como decir: "Yo me ocupo dé hacer lo que tú no puedes, yo pienso en tu lugar..., y tú te preocupas de que yo hó experimente lo negativo". Y para conservar este equilibrio hay padres que, inconscientemente, están sugiriendo a su hijo que es totalmente incapaz.

Hacia los 3 años, el niño obedece. En efecto, se hace cargo de sus padres y se somete a sus demandas. El propio niño tiene demasiado miedo de su propia debilidad como para no temer igualmente los Miedos y las debilidades de sus padres. Al no someter yá a sus padres á crisis, como tan frecuéntemente ha hecho entre los 2 y los 3 años, se hace de ellos la imagen de personajes prestigiosos y realmente capaces de protegerle. Ya no tiene, pues, nada que temer del mundo ni de sí mismo, si obedece. También para los padres es ésta una edad en la que resulta fácil y agradable vivir con el hijo. Aparentemente, la educación se realiza por sí sola. El niño es "prudente" y trata de complacer.

COMO SE PERCIBE EL NIÑO A SI MISMO

La energía vital

Lo que sucede en el interior del niño suele estar en un desfase con respecto a las reglas que el mundo le impone. El niño se siente impulsado desde su interior por unas fuerzas enormes y bullidoras. Se trata del motor energético de los seres humanos, de la reacción espontánea ante los acontecimientos. Es la circulación de la energía en el interior del cuerpo, transformación bioquímica que parte de las visceras y estalla hacia fuera o, por el contrario, engendra los diferentes sentimientos fundamentales: la excitación, la alegría, la ira, la tristeza y el miedo.

La lucha contra la energía vital


Las personas mayores van a incitar al niño a encauzar e incluso a sofocar esa energía de animalito curioso y sensible. Para proteger a sus padres de sus pulsiones, es preciso que el niño guarde silencio y controle también sus propias pulsiones. De hecho, la lucha entre el deseo de satisfacer sus pulsiones y el deseo de mostrarse receptivo a los mensajes de sus padres es una dura lucha. Sólo hacia los 3 años este segundo deseo comienza a imponerse sobre el primero, porque en ello encuentra el niño una gratificación suficiente: acceder al mundo de los adultos.

Y descubre un primer placer aprendido: el de existir en conformidad con las expectativas de sus padres.

Y además sin peligro, porque no corre el riesgo de ser abandonado.

Las fuerzas motrices adquiridas

El niño adquiere conciencia de los diferentes objetos que le proponen los adultos y de lo que conviene que haga para auto-reprimirse y agradarles a ellos.

Cuando lo que más importa es agradar, el niño imagina que el objetivo consiste en ser perfecto, y piensa que el medio de alcanzar este objetivo consiste en dar gusto. Cuando lo que de verdad importa es auto-reprimirse, entonces el niño imagina que el objetivo consiste en ser fuerte, en ser ganador, en ignorar sus propias pulsiones vítales, y piensa que un buen medio para ello consiste en hacer esfuerzos, en sufrir para conseguirlo.

Por último, cuando lo verdaderamente importante es el proceso de adaptación, es decir, el paso de lo pulsional a lo "adaptado", entonces se pone el acento sobre la inmediatez o la celeridad de la sumisión. El niño está "siempre dispuesto", pues considera que debe apresurarse a alcanzar el objetivo.

Todas estas formas de satisfacer a los adultos se dan, dé manera variable, en cada niño, y persistirán durante toda su vida. Son unas nuevas fuerzas motrices que contrarrestad a las fuerzas pulsionales. Son auto-coacciones que condicionan la sensación de bienestar.

La imagen de sí

La lucha es frecuentemente difícil. Las pulsiones tienden a ganar la partida. Y la idea que entonces se forma el niño de sí mismo es, por lo general, la de un ser débil e incapaz de controlarse. Un ser muchas veces desvalorizado por su entorno, cuando ha sido derrotado, y otras muchas veces criticado por haber obrado mal, o superprotegido porque no ha tenido éxito. Sea como sea, el niño se percibe á sí mismo como inferior e impotente.

SENSUALIDAD Y SEXUALIDAD DEL NIÑO

El niño es un ser sensual y sexual

Entre los 3 y los 6 años tiene lugar el apogeo de la sexualidad infantil. Hacer pls le resulta excitante. Las experiencias sexuales son frecuentes. El niño descubre la voluptuosidad. Se interesa por sus órganos genitales y los de los demás. Algunos hablan de la "fase fálica".

Este terreno de la sexualidad (sexo) y de la sensualidad (sentidos) constituye todo un aspecto de ta vida del niño pequeño, aspecto muchas veces diferenciado de las demás manifestaciones pulsionales, no por su especificidad, sino por causa de los tabúes y de los mensajes especialmente represivos procedentes del entorno social.

La intimidad

De hecho, sensualidad y sexualidad no guardan por sí mismas una relación directa e inevitable. El niño que recibe caricias no se ve necesariamente excitado sexualmente. También hay adultos que distinguen perfectamente entre las mutuas caricias físicas y la excitación sexual. En nuestra sociedad, sin embargo, ambas cosas suelen ir muy relacionadas. Son muchos los que creen que toda caricia física ha de culminar en un acto sexual. Algunos padres no acarician a sus hijos, porque creen que ello sería algo sexual. De este modo, reprimen sus movimientos espontáneos de proximidad y de ternura. Y los niños comprenden lo que esto quiere decir: "no practiques la intimidad"; y puede ocurrir que acaten durante toda su vida esta prescripción de sus padres.

Dos sexos diferentes

El descubrimiento de los sexos y de sus diferencias es más tardío, en el niño, que el de la sensualidad y la sexualidad; pero este descubrimiento seria verdaderamente oxigenante y realizador si se presentara en su aspecto de complementariedad de dos seres que se encuentran en el amor. El simbolismo "masculino/femenino" en su forma habitual de "tener o no tener", acompañado de la creencia en la "castración-castigo", no es un elemento que venga determinado por la diferencia anatómica, sino que es el producto de un modo de educación sexual: "si te la tocas te vas a quedar sordo..., o se te va a caer". En el espíritu sincrético del niño, estas amenazas se toman al pie de la letra y pueden desempeñar un papel importantísimo en la génesis de eventuales trastornos ulteriores.

Economizar las caricias

El niño aprende enseguida las reglas que funcionan socialmente en el terreno de las caricias:

— No se deben dar (demasiadas) caricias. No hay que dárselas a todo el mundo, sino que hay que reservarlas para aquellos a quienes se quiere especialmente.

— No se deben aceptar las caricias. Tal vez no se hayan merecido.

— No se deben rechazar las caricias que no nos gustan. Hay que hacer como si a uno le gustara que le bese la abuela con su llamativo bigote.

— No se deben pedir las caricias que a uno le apetecen. La norma consiste en que es mucho mejor cuando se dan espontáneamente. De cualquier modo, ¡es preferible privarse!

— Por último, no debe uno acariciarse a sí mismo. La autosatisfacción, erótica o no, está prohibida: "no te masturbes y guarda la modestia".

Los niños no tardan en aprender estas reglas. Y cuando ya son adultos, suelen respetarlas. De manera que, ya desde los cuatro años, el niño ha sacado la conclusión de que no debe hacer caso de su interior y de que debe desplazar su energía sexual y su sensualidad. La intimidad, fuente de felicidad y de dicha, debe ser sustituida principalmente por el trabajo, que lo sublima todo.

LA INTERIORIZACION DE LAS NORMAS Y LOS VALORES

Adquisición de un marco de referencia

Los padres tienen unas determinadas exigencias acerca de lo que está bien que haga el hijo. E imponen normas a base de exigir, aconsejar y evaluar.

Además, los padres tienen sus ideas acerca de lo que conviene que sea el hijo. Estas ideas a propósito de ia "conveniencia" son sus valores, y hacia ellos alientan a su hijo, el cual comprende muy pronto qué es lo que sus padres esperan de él que haga y llegue a ser. En adelante, él se lo formulará a sí mismo. En este sentido puede decirse que el niño ha Interiorizado las normas y los valores de sus padres y que está de acuerdo con sus criterios y sus soluciones. A partir de entonces el conflicto ya no es entre sus pulsiones internas y personales y las exigencias que vienen de fuera (mientras fue así, se contentaba con obedecer y, en ausencia de sus padres, hacía lo que le venía en gana). Ahora el conflicto es entre él mismo y él mismo, es decir, entre sus pulsiones y su propia idea del deber. La voz de su espontaneidad y la voz de su conciencia (pater-no-materna) colisionan. Y es gracias a esta voz de la conciencia como el niño va a adquirir un marco do referencia del que poder fiarse y va a poder vivir socialmente de manera adecuada. Es importante que esos mensajes de los padres no sean imprecisos, ni incoherentes, ni tiránicos.

El nacimiento de nuevos sentimientos

Cuando, por una parte, los impulsos y, por otra, las normas y los valores están en armonía, el niño se encuentra a gusto en su propia piel, satisfecho de sí mismo, cualquiera que sea su sensación: tristeza, ira, miedo o alegría. La afortunada mezcla de los sentimientos pulsionales y de los sentimientos "adaptados" produce un nuevo y agradable sentimiento: la armonía, el sentimiento de estar satisfecho de sí mismo.

Existen otros casos en los que las pulsiones y la adaptación luchan entre sí. La mezcla de estos sentimientos produce entonces algo bastante desagradable.

Uno de esos primeros sentimientos poco agradables que entran en la mezcla es el de la vergüenza, que es mitad alegría o excitación pulslonal y mitad miedo normativo, miedo de no actuar como es preciso. Cuanto más precozmente se adquiera esta vergüenza, tanto más se manifestará de manera orgánica, en forma de rubor.

Otro de los sentimientos de la mezcla es la envidia. La ira pulsional va acompañada de una tristeza adquirida porque "los otros tienen algo que yo no tengo", porque "me faltan las caricias", etc..

Los celos son otro de esos sentimientos. En este caso, la ira pulsional se expresa indisolublemente unida al temor de ser rechazado, al miedo de que sea otro el preferido.

También la zozobra es uno de esos sentimientos. La parte pulsional experimenta indignación por no haber sido tenida en cuenta por los padres. A su vez, la parte adaptada experimenta el temor de que yaya a sucederles algo a los padres si el hijo no se ocupa de ellos.

Todos estos sentimientos pueden engendrar la idea de culpabilidad, que no es un sentimiento, sino una creencia: la creencia de que uno merece ser reprendido, de que uno es la causa del malestar de otros. En la práctica, creerse culpable es prestar un servicio al otro, pues se le permite entender que no tiene necesidad de cambiar, ...y es también hacerse un servicio a sí mismo, por cuanto que a sí mismo se autoriza uno a no cambiar. Y de este modo el niño confirma que lo suyo es realmente mirar por sus padres, y que el hacer esto contribuye a establecer un perfecto equilibrio familiar.

EL MECANISMO DE LA ADAPTACION

La adaptación libre

En principio, las cosas suceden de un modo sencillo. El niño está de acuerdo en respetar los valores interiorizados, porque le convienen. No se ve en absoluto forzado. Le está permitido actuar de manera adaptada y no sentirse acosado por las obligaciones. Ningún niño (ninguna persona) puede satisfacer sin cesar todas las exigencias, ser perfecto.

En la adaptación libre, el niño se da a sí mismo, además, la orden de actuar. Se da sus propias normas. De este modo refuerza su adaptación y la hace más fácil.

Su yo pulsional no se ve inhibido por las normas y los valores, porque también es su deseo el de adaptarse, pues a fin de cuentas obtiene de ello una enorme satisfacción.

Tal es el proceso de adaptación. Se trata de algo activo; es todo el niño el que se pone en marcha, el que se entrega por completo a la tarea que él mismo se ha programado. La aceptación no es, por tanto, un amaestramiento, una obediencia pasiva o dictada por el temor al palo o el deseo de recompensa. Es un acto libre.

La adaptación sumisa o rebelde

Es por todo ello por lo que las cosas no siempre marchan como es debido. Y sobre todo no marchan cuando la coacción exterior o la propia auto-coacción ponen obstáculos.

Así sucede en aquellos casos en los que la adaptación constituye un modo insatisfactorio de resolver un conflicto paradójico. Podríamos describir el mecanismo en cuatro tiempos:

— El niño, gobernado por sus fuerzas motrices adquiridas, anticipa su propio bienestar, a condición de ser perfecto o fuerte, de causar contento o esforzarse, de apresurarse. El se fija el objetivo de autoconstreñirse personalmente, más que de ejecutar acertadamente una tarea concreta.

— Pero como el niño se desvaloriza, porque tal vez exista conflicto entre su auténtico deseo profundo y lo que cree que se espera de él, entonces (demasiado obediente, por su desmedido deseo de responder totalmente a lo que de él se espera) comienza a sentirse visceralmente imperfecto. Se instalan en él la duda y el miedo, y la obligación que a sí mismo se ha impuesto no le ayuda a actuar, sino que le hunde aún más.

— Entonces el niño buscará un compromiso, que por lo general seguirá el modelo de sus padres, que también poseen un idéntico sistema de auto-constricciones.

Estos compromisos pueden ser muy diversos, pero están abocados al fracaso:

• El niño, por ejemplo, se somete a un esfuerzo excesivo, lo intenta a toda costa. Hace más de lo que se le pide. Se superadapta.

• O "abandona", dejando totalmente de exigirse. No hace nada, y se sume en una absoluta pasividad: "No sé..., no puedo...".

• Tal vez se dé a sí mismo razones para no actuar: "Estoy muy cansado..., es demasiado difícil...", etc. El niño se hace entonces efectivamente incapaz.

• O comienza a actuar en otra dirección distinta. Se mueve sin orientación alguna y la tarea programada no avanza lo más mínimo.

• Puede ser, por último, que eche la culpa, más o menos violentamente, a quienes considera responsables de la obligación en que se encuentra de autoconstreñirse.

— Finalmente, no consigue adaptarse y se considera desgraciado. De hecho, el fracaso no se debe a su incapacidad real, sino a la creencia de que, para sentirse bien, hay que cumplir con tal o cual condición.

Dos que se aman

— Primer caso: la armonía reina entre las tres personas. La madre y el hijo, por ejemplo, se sienten felices por estar juntos y se hacen mutuas zalamerías. El tercero, el padre, está de acuerdo y contempla la escena con mirada complaciente.

— Segundo caso: las dos personas que se sienten felices juntas, excluyen a la tercera. Ejemplo: la madre acude a consolar al hijo, a quien el padre acaba de castigar.

El niño abrumado

En este caso, el progenitor que se halla en relación dual con el hijo hace qué éste sienta el peso de su superioridad.

— O bien invoca la complicidad del progenitor ausente de dicha relación (por ejemplo, el enfado del papá cuando vuelva a casa, con lo que el niño se siente desdichado e impotente),

— o bien el progenitor presente pone de relieve un aspecto negativo del progenitor ausente. Ejemplo: la madre castiga al niño dicién-dole: "¡Eres igual que tu padre!".

El niño tiránico

A veces el niño se reconoce como superior a sus padres.

— O bien la otra parte de la relación dual y la tercera persona manifiestan su maldad (después de una "escena", el niño se encierra frustrado en su habitación, a la vez triunfante y agriado, pensando que tiene unos padres "imposibles"),

— o bien el progenitor imaginado está de acuerdo con el hijo y es el otro progenitor el que es criticado. Ejemplo: el niño dice a su papá: "Si mamá estuviera aquí, esto no pasaría". El niño arguye, replica.

Dos que se desvalorizan

El niño no está contento ni de sí mismo ni del progenitor presente.

— La tercera persona puede ser considerada por el niño como alguien de su agrado. Ejemplo: la niña, reprendida por su padre, se siente desdichada, al mismo tiempo que le quiere. Y le parece que su madre tiene suerte, porque papá no la reprende. Siente envidia de su madre.

— Si esa tercera persona no es de su agrado, entonces ya no queda nadie que le caiga bien. Es realmente desalentador.

Hasta los cuatro años, el niño vive constantemente todas estas situaciones.

EL PARVULARIO

La vida con más de dos personas la "aprende" el niño con sus hermanos y hermanas. Pero es sobre todo en el parvulario donde tendrá ocasión de hacer un aprendizaje más variado. Con su maestra y sus compañeros. Allí se desarrolla su sociabilidad.

La separación del medio familiar

La separación resulta muchas veces espectacular el día que comienza el curso y los días siguientes. Las distintas formas de actuar dependen del carácter del niño e indican cómo ha vivido éste hasta ¡entonces en su familia y el modo de relacionarse con sus padres. Llantos interminables, gritos de rebeldía, sonrisa fingida del que ya es mayorcito y a él "no se la pegan"... La profesora puede observar estos mecanismos de adaptación. Pero es algo más que una observadora. Lo que ella haga determinará su posterior adaptación a la escuela. El día del comienzo de curso, la profesora tiene ante sí a unos niños que han adquirido unos determinados hábitos para obtener muestras de reconocimiento, cuidados y valoraciones. ¿Seguirá todo igual? Cada niño se dedicará a comprobarlo. Se alcanza el equilibrio y vuelve la calma cuando la profesora ha conseguido adoptar los mismos comportamientos que mamá. De lo contrario, la "inadaptación" se prolonga hasta que alguien cede.

Una madre «de recambio»

Efectivamente, cuando la profesora consigue ser una especie de nueva madre para el niño, entonces resulta satisfactorio el equilibrio de sus relaciones duales. La profesora transmite entonces al niño los mismos mensajes que su madre. Aprecia al niño de la misma manera y por las mismas razones, y reacciona negativamente del mismo modo. Posee las mismas normas y los mismos valores. De lo contrario, el niño se las ingeniará para obtener las reacciones deseadas. Y ello tanto si sé le dice que es bueno y aplicado como si se le dice que es insoportable, malo y torpe. Por lo general, las conclusiones a que llegan la madre y la profesora coinciden. Por otra parte, él niño hace lo que haga falta para que sea así. Desea que la profesora le confirme lo qué le han dicho que es. De este modo, los mensajes de los padres se ven frecuentemente reforzados por la escuela, aunque de vez en cuando haya profesoras que tratan de modificar la imagen que los niños tienen de sí mismos.

Los comienzos del trabajo

A partir de los 3 años, la energía del niño, que hasta entonces se empleaba toda ella en satisfacer los propios deseos, va a poder invertirse en el trabajo, es decir, en una actividad orientada hacia una finalidad distinta de la pulsional. Por eso tradicio-nalmente —y con muy buen sentido— ía escuela comienza hacia esa edad. Pero cada vez es más frecuente que se acepte en el parvulario a niños de dos años. Y ocurre que, así como a los tres años, que es una edad realmente "fácil", el niño se somete prudentemente a las normas y valores, el niño de dos años, por el contrario, es incapaz de ello; y si lo hace, tiene consecuencias perjudiciales. La tendencia a la negativa, a la oposición y a la individuación, característica del tercer año de vida, debe ser respetada por la escuela. Por lo tanto, ir a la escuela a los dos años es muy distinto que ir a los tres.

De cuatro a cinco años

NUEVAS APTITUDES INTELECTUALES

El modo de razonar

Hacia los 4 años, además de tener conciencia del mundo tal como es y no tal como él lo desea, y además de ser capaz de razonar sacando conclusiones no establecidas de antemano, el niño llega incluso a someter su propio juicio a las características y propiedades de los objetos. Entre diversas soluciones, puede escoger en función de un razona-miento. Ya no se contenta con pensar en función únicamente de lo que hace, sino que ahora imagina, se representa la finalidad pretendida y ios medios que hay que utilizar para llegar a ella.

Así, por ejemplo, una niña que juega con una muñeca piensa: "para limpiar la casa, mamá usa un delantal; la muñeca también limpia la casa...; entonces necesita un delantal...; voy a ponérselo".

Este nuevo modo de razonar repercutirá en la vida afectiva y en las relaciones que el niño vaya a establecer con los demás.

Estas mismas propiedades explican el hecho de que la mente del niño de 4 años suela estar tan poblada de imágenes. Habla mucho por comparaciones, por imágenes imitativas. Y esa su mente llena de imágenes es lo que proporciona tanto frescor y Janta poesía a la conversación de los niños. Es un hecho que los padres suelen mostrarse orgullosamente sorprendidos de la inventiva y de las "preciosas expresiones infantiles" de sus hijos.

Comprender el cambio

Esa fértil mente de los niños no responde a una simple constatación comparativa o a un deseo de semejanza, sino a una verdadera identificación. Y esto se explica porque el niño de 4 años es incapaz de imaginar la continuidad que se da entre los cambios progresivos hasta llegar a una nueva situación.

Para él, los cambios son inmediatos, un salto brutal de un estado a otro, de una persona a otra. Así, por ejemplo, el niño, que no comprende cómo habrá de llegar a ser una persona adulta, dice: ¡"Cuando sea mayor, seré papá (o mamá)". Lo cual no significa "un papá o una mamá como los míos", sino ser realmente ellos, ocupar de verdad su lugar y eliminarlos. Y lo mismo ocurre a otro nivel: la pequeña Mónica, que tiene 4 años, no se imagina a Mónica cuando tenga 12 años, sino que cree que un día ella será su hermana Carlota, que tiene precisamente 12 años. Y lo que dice es: "cuando yo sea Carlota...". Todo cambio, por tanto, lo concibe el niño como un fenómeno de transmutación.

El niño sabe perfectamente lo que quieren decir las palabras "antes" y "después", pero no otras nociones como "ayer" o "mañana", y se asombra deque "mañana" pueda llegar a ser "hoy".

Lo mismo sucede con la distancia y el espacio. El niño que va de paseo con su padre y ve un potro en el campo, cuando un cuarto de hora más tarde vea otro potro en otro lugar, le dirá a su padre: "¡ahí está otra vez!".

Este fenómeno es constatable únicamente con respecto a los grandes espacios y a los períodos de tiempo prolongados, no con respecto a los cambios inmediatamente perceptibles. Sin embargo, a partir de los 4 años, el enriquecimiento de sus conocimientos y las informaciones procedentes tanto de los padres como dé la escuela permiten que este pensamiento mágico pierda vigencia en el terreno puramente intelectual.

La magia, no obstante, sigue funcionando en todo cuanto se refiere a la vida afectiva, porque no es frecuente que alguien sugiera al niño que verifique la exactitud de sus creencias acerca de sí mismo y de los demás.

La posición en la vida

La resultante de la progresiva actuación de estas tres clases de "roles" durante la primera infancia-es que el niño adquiere la costumbre de tomar posición con respecto a los demás y con respecto al mundo, y adopta esas posiciones como una característica de su persona. En cierta manera, opta por comportarse sistemáticamente en el sentido en que lo ha hecho repetidamente día tras día. Hacia los 4 años, el niño llega a la conclusión de que esa es su naturaleza, y en adelante no dejará de repetir sus "roles" preferenciales. Se denomina "posición en la vida" el modo que tiene de situarse con respecto a los demás y en función de su "rol" comporta-mental.

A fin de que, en su "posición en la vida", no trate de desembarazarse (perseguidor) ni aislarse (salvador) de los demás ni se desanime (víctima), es importante que la educación familiar y escolar haya protegido al niño hasta los 6 meses, haya sido permisiva hasta los 3 años y, a partir de esta edad, le haya facilitado la adquisición del poder suficiente para realizar lo que desea.

EL NIÑO ANTE SUS PROGENITORES

Debido al profundo apego hacia su madre, que (desde los 6 meses ha establecido entre ambos un vínculo de dependencia casi indestructible; debido también a que, entre los 18 meses y los 4 años, el niño ha adquirido el conocimiento de su propio cuer-I po y ha descubierto los sexos; debido además a que ha adoptado una "posición en la vida"; y debido, por último, a que su pensamiento es mágico y cree en la transmutación de las personas, el niño va a , Vivir un período crucial de su infancia, que en recuerdo del mito griego se denomina "complejo de Edipo".

Con la madre

La madre siente un inmenso amor por su hom-•| brecito. Este amor, que es recíproco, no está exento ; de excitación sexual. Hay entre ellos una verdadera f atracción física que la vida social y los objetivos educativos reprueban. La madre trata de rechazar esto, y el niño, que experimenta en sí este miedo de su madre, se apesadumbra por ello. La mayor parte de las veces, la madre transfiere esta atracción a un deseo inconsciente de que su niño siga siendo pequeño el mayor tiempo posible, lo cual se opone fuertemente al deseo de independencia y de individuación por parte del hijo. ¡Qué conflicto! ¿Qué puede hacer: seguir siendo pequeño, a fin de agradar a mamá, o crecer para poder descubrir el mundo? El niño bien querría escapar a la influencia de su madre, y ese temor al ahogo femenino no le abandonará en toda su vida. ¡Más vale huir y protegerse que verse atado!

Con el padre

El niño dirige entonces su esperanza hacia su padre. ¿Cómo ha resuelto papá este problema de verse abrumado por mamá? Parece ser independiente y, a la vez, parece también agradar a mamá... ¡Ser papá! ...¿por transmutación? ¿Y de este modo ser amado por mamá en su lugar? ¡Es una idea fantástica! Sí, pero... El niño imagina entonces la venganza paterna. ¿Tiene realmente derecho a pensar así? ¿No es verdad que muchos padres sienten como una punzada en el corazón cuando, el domingo por la mañana, encuentran al niño acostado en la cama cerca de su madre? Es en estas menudencias donde se establecen entre el papá y el niño unos lazos de rivalidad; y el papá, seguro de su poder, exige: "¡no te me pases!". Esta competición es un juego sutil y delicado. Los dados están trucados: hay unos límites que no se pueden franquear, so pena de represión —de castración—, según piensa el niño, que se siente culpable. Lo cual no le impide, sin embargo, "incordiar" y competir.

Seguir siendo pequeño

De momento, pues, no hay salida. Por más que papá y mamá le digan: "Pórtate como una persona, sé un hombre, trabaja", etc., lo que en verdad están diciendo sin palabras, pero de un modo muy evidente, es: "para no crearnos una crisis, sigue siendo pequeño". El padre, anhelado salvador, no es a fin de cuentas sino un "satélite" de la madre, y ambos forman un frente común contra él.

Falsa relación triangular, pues; no hay "ménage á trois" que valga; el padre y la madre están siempre en contra de él, y habrá de llegar un día en el que tenga que ceder.

LA NIÑA ANTE SUS PROGENITORES

También se habla del "complejo de Edipo" en la niña. Pero no es exactamente igual. Al principio, los ingredientes son los mismos. La niña se ha apegado indefectiblemente a su madre a los 6 meses. También ha conocido los sexos, y también posee un pensamiento mágico y cree en la transmutación.

Pero los mensajes que ha recibido de su mamá cuando aún era un bebé, no son los mismos. Resulta particularmente raro que la madre sienta la misma emoción sexual por su hija. Esta no se siente, como el niño, deseada por su madre. Lo que la niña comprende es, más bien: "crece, ayúdame, sé amable". Se ve más bien impulsada a actuar correcta y rápidamente. Y enseguida se habitúa al deseo de ser una "pequeña mamá", por lo que será apreciada.

Con el padre

Cuando la niña crece y se feminiza, el padre se interesa más por ella y la ve como un ser sexuado y deseable. Ella comienza entonces a volverse hacia él para recibir de él un reconocimiento sexual. Todo ello va a hacer que le resulte más atractivo el deseo de ser amada por su padre y de crecer aprisa. Ocupar el puesto de mamá, ser amada por papá y tener un hijo de él... le resulta un "fantasma" interesante. ¿Qué niña pequeña no ha imaginado todo esto? Las zalamerías con papá le resultan sumamente dulces. Ella busca su compañía, a solas si es posible; se preocupa por él y le seduce con toda su gracia infantil. Y ai padre le gusta todo esto.

Todo para ser deseada

En su búsqueda de amor, ia niña piensa habi-tualmente que es preciso esforzarse constantemente por ser amada, que tiene que adivinar lo que a él le agrada, que debe crecer, ser más guapa, más coqueta, más mujer, etc. En suma, que debe hacer lo mismo que ha hecho mamá para retener a papá. En cualquier caso, que debe ser tal como se la desea, y no tal como es.

La vida amorosa, pues, es complicada para los hijos —niño y niña— al hacerse mayores. Ella hará todo lo posible por atraer a su padre, e inventará todas las estratagemas imaginables. Y él hará todo cuanto pueda por huir de ella y no verse ahogado.

Con la madre

Las relaciones entre la madre y la hija se degradan. No se reconoce la rivalidad, pero hay indicios que no llaman a engaño: la madre se muestra más crispada y no soporta las zalamerías de su hija. Le hace observaciones desagradables y resalta sus defectos. Y la niña, que confía en la transmutación, la Imita en todo aquello que sabe que agrada a su padre. Lo cual irrita aún más a la madre. Es frecuente que, en el terreno de las tareas domésticas, la madre le diga: "no sabes hacerlo tan bien como yo". Y también le transmite el mensaje: "no te me pases, ...no trates de aventajarme". En esta competición, por lo general doméstica, la madre sale triunfante. La niña juega a ser mamá sin conseguir ser perfecta o la mejor.

LOS GRANDES TEMORES A LOS 4 AÑOS

Para el niño, las cosas ya no marchan tan perfectamente como unos meses atrás. A sus gracias y alardes para ser apreciado, se añaden ahora la duda y el temor de no agradar. Esta impresión de que su éxito depende de los demás, va acompañada de inquietudes, de decepciones y de una rabia muchas veces contenida. Hasta entonces el niño ha crecido bajo una constante vigilancia. Recibía, siempre con confianza, los cuidados, las nuevas seguridades y las leyes.

El niño està menos protegido

• Porque se aleja de sus padres.

Todo lo anterior ya no se le proporciona de modo sistemático. En numerosas situaciones, el niño debe arreglárselas por sí solo, lo cual no siempre resulta fácil, debido a su pensamiento mágico. "¿Es real esta percepción? ¿Es un sueño..., una invención..., un recuerdo..., una anticipación...?". En esas cosas que se transmutan, en las que el tiempo y el espacio se superponen, las confusiones aún siguen siendo frecuentes... e incluso propiciadas por el lenguaje ambiguo de las personas mayores, que informan muy poco, cuando no deforman o mienten. Cuando los padres amenazan con "el coco" al niño "malo" y éste no ve a nadie que venga a devorarlo, cuando los padres prometen recompensas que no pueden dar, cuando le aseguran al niño que habrían de gustarle las espinacas si las probara o que las fresas producen urticaria..., todo este fárrago de prejuicios, desinformaciones y aparentes chantajes afectivos hacen que el niño ya no sepa muy bien a qué carta quedarse.

• Porque sus padres se alejan de él

Con la mejor intención de no hacerle sufrir y de que se expansione y se realice, los padres ejercen sobre el niño un control limitado o no le previenen acerca de la realidad del mundo.

El niño se protege a sí mismo

Un niño en estas condiciones, insuficientemente protegido desde el exterior, trata de protegerse personalmente desde su interior. Para ello se inventa imágenes internas que le produzcan temor y le sirvan para auto-controlarse. Si el padre y la madre no le castigan como lo prevé la norma, él puede fabricarse su propio ogro que habrá de venir a devorarlo. La invención de tales imágenes terroríficas va por lo general unida a una insuficiencia de control por parte de los padres.

Por otra parte, todos los niños se infunden algún tipo de temor que les motive a hacer lo que no tienen ganas de hacer; el temor, por ejemplo, de que le corten la "colita" si intenta ser el marido de mamá. Los tigres y los ladrones que se esconden debajo de la cama tienen la misma función: infundir miedo para motivar la adaptación o para castigar moral-mente una transgresión.

El niño pide protección

Infundirse temor es también la ocasión para contar cuáles son sus fantasmas y recibir a cambio atenciones alucinadoras: ¿tranquilizando?; ¿criticando esas "tonterías"? Para ser verdaderamente eficaces, los padres harán ambas cosas. Y es útil ayudar al niño, pero es también indispensable que el niño encuentre la solución por sí mismo. Si dice que hay un cocodrilo debajo del armario y pide que lo echen de allí, lo más prudente será decirle: "Yo no creo que haya realmente ningún cocodrilo; si tú lo crees, es porque lo has inventado. De manera que también sabrás inventar el modo de librarte de tu invento". Sin burlarse y sin entrar en el juego, tranquilizando y criticando al mismo tiempo, se promueve la autonomía del niño.

EN LA CLASE DE LOS «MEDIANOS»

El niño y su maestra

La relación con "su" maestra es el motor de la adaptación escolar del niño, que se esfuerza por recibir pruebas de atención que le demuestren que es apreciado o, tal vez despreciado. Con los niños que buscan ser tratados con aspereza, no siempre le resulta fácil a la maestra evitar darles esa evaluación negativa que ellos esperan, como también lo esperan sus padres, por lo general.

El niño con sus compañeros

En principio, el niño trata con iguales. Sin embargo, esta colectividad no es, ni de lejos, un equipo solidario. Las individualidades han sido congregadas de un modo arbitrario y rivalizan para obtener el amor, la atención y la ayuda de la maestra, unos a costa de otros. Lo que en verdad está en juego es ganar o perder. Por otra parte, la imagen que de él manifiestan tener sus compañeros (la aceptación de su superioridad o, por el contrario, la demostración de su inferioridad) es algo primordial.

Aún no existe cohesión de grupo; el equilibrio entre los niños de la clase está hecho de diversas alianzas duales (entre dos niños) que fácilmente pueden deshacerse.

Permitir que el niño ejercite su razón y su creatividad


A fin de que ejercite sus capacidades de pensar por sí mismo, de evaluar y de explicar, es necesario que los educadores no se contenten con esperar a que el niño les pregunte. Dado que éste no dispone de los medios intelectuales para plantearse las preguntas adecuadas en el ámbito escolar, son Indispensables las intervenciones desde fuera. Y entonces el niño le irá tomando el gusto a su éxito y a la satisfacción que le demuestren sus padres y la maestra.

En el jardín de infancia todavía es demasiado frecuente que se funcione como si lo principal consistiera en que el niño repita las respuestas adecuadas a una serie de preguntas estereotipadas. Cuando se hace suficiente caso de la creatividad, entonces se concede la debida importancia a la libre expresión: al dibujo y al juego. Ahora bien,, él niño puede ejercer sus capacidades creadoras en todos los terrenos, incluido el del trabajo. También para un niño pequeño, pensar significa a la vez razonar y crear.

De cinco a seis años

1. CAMBIOS EN LAS APTITUDES INTELECTUALES

En las condiciones habituales de educación, hacia los 5 años tienen lugar grandes modificaciones en la capacidad razonadora de los niños, que empiezan a comprender las relaciones existentes entre objetos y nociones concretas. De este modo manifiestan que saben efectuar mentalmente operaciones transitivas (a base de pasar etapas), aunque todavía no saben deducir de antemano lo que habrá lógicamente de ocurrir. Esto último no se producirá hasta los 7 u 8 años.

La organización del tiempo

El niño de 5 años puede ordenar objetos o imágenes para construir una pequeña historia, por ejemplo un señor que se acerca a una báscula, se pesa y se marcha.

Ahora ya comprende que el tiempo se desarrolla en fases sucesivas para concluir en un cambio de "estado". Comprende que una misma persona crece progresivamente, a través de fases, hasta llegar a ser un papá o una mamá, y que se trata siempre de la misma persona, aunque cambie de aspecto. Sabe que, a no ser por un milagro, para ir de un punto a otro hay que seguir un camino, que lleva poco a poco a la meta.

La noción de evolución adquiere sentido para él. Consiguientemente, supera las simples nociones de "antes" y "después", para captar en su relatividad la sucesión de las jornadas, los días de la semana, los meses del año... Comprende que el mañana de ayer se ha convertido en hoy y que, cuando mañana se levante de la cama, el hoy de hoy ya será ayer. También comprende las filiaciones, los parentescos ascendentes y descendentes de la familia, quién es el padre y quién es el hijo de quién.

Las nociones de "padre", "madre", "hermano", "hermana", "tío", "tía", "abuelo", "abuela", se articulan en la línea familiar, aunque aún no lo comprende del todo. Puede afirmar, por ejemplo, que su hermano es Raúl y que, sin embargo, Raúl no tiene hermanos. Sigue viendo las relaciones familares por relación a sí mismo. No es capaz aún de establecer la relación fraterna entre Raúl y él, sino que tan sólo identifica a Raúl como hermano de él. Sigue siendo una relación "uñaría" (de sentido único), en lugar de una relación binaria (de doble dirección).

Pensamientos y comportamientos nuevos

Este nuevo modo de razonar, aunque incompleto, repercute en los pensamientos y comportamientos del niño.

En primer lugar, el transcurso del tiempo le incita a hacerse preguntas acerca de la muerte. De momento no concibe más que la muerte de otras .personas, especialmente si son personas mayores. La deducción de que a él habrá de ocurrirle lo mismo sólo será posible unos dos años más tarde. La tiorrorífica representación de su propia muerte será entonces ocasión de muy profundas angustias y degresiones.

Por otra parte, el niño comienza a comportarse a la manera de sus padres. Ya no se trata, como antes, de imitación. Ahora le toca a él actuar con el prójimo como si verdaderamente él fuera padre de dicho prójimo. Le critica y le evalúa por su propia cuenta. Se cuida y se preocupa verdaderamente de él como si se tratara de su hijo; le anima, le consuela, le ayuda, etc. Se comporta como si el otro fuera el niño que él ha sido hasta entonces y como si él mismo se hubiera convertido en el padre o la madre que hasta entonces él ha tenido. Es la transi-ítividad en acción.

Después de los seis años

VIVIR HASTA LA EDAD ADULTA De ios seis a los doce años

Es el momento en que el niño olvida que ha recibido del mundo exterior las normas y los valores que se han convertido en su ideal, en su motor energético, en la razón de ser de su propio funcionamiento. En adelante evaluará el mundo a través de este filtro, marco de referencia pegado a su piel como una segunda naturaleza. Los demás seres y el mundo obrarán bien o mal, y él los considerará en función de ese "reglamento interior".

Ahora el niño mantiene con los demás unas relaciones parecidas a las que mantenían sus padres o las personas que fueron significativas para él. Durante este período, el niño decide cómo administrar sus relaciones con la realidad. De lo que se trata es de saber cómo actuar. Su actividad es la estructuración. Aprende a base de equivocarse. Verifica la verdad o la falsedad de las afirmaciones de los demás. Descubre unas reglas distintas de las de sus padres.

El primer ciclo del desarrollo humano

Así pues, se acaba la infancia y, con ella, el primer ciclo del desarrollo. De 0 a 3 meses, el niño no es más que impulsividad. De los 6 a los 18 meses, no es sino deseo astuto de proporcionarse placer. De los 18 meses a los 3 años, lo que hace es afirmarse a base de oponerse. Entre los 3 y los 6 años ha integrado las normas y valores de otros y ha aprendido a conocerse. Entre los 6 y los 12 años va a estructurarse para auto-conducirse de un modo equilibrado.

Estas son las 5 etapas de todo ciclo de desarrollo: una reacción emocional espontánea que luego se utiliza en beneficio de los deseos. Después viene una toma de conciencia de la realidad que incita a buscar unas reglas exteriores que ulteriormente se hacen propias.

De los 12 a los 18 años

La crisis de la pubertad y la aparición del yo sexual trastornan el perfecto equilibrio del final del ciclo precedente. Un segundo ciclo, también con sus 5 etapas, va a tener lugar durante la adolescencia, que culminará en el equilibrio adulto.